La gente (nos) falla



La gente falla. 
La gente falla porque no hay acierto en esta vida que no sea la muerte. Fallamos al comer; fallamos al hablar, fallamos follando.
Estamos quienes fallamos intentando nacer, como si de una declaración de capacidad contra la vida misma se tratase.
La gente falla porque puede.
La gente falla.

Fallar es encontrarnos con aquello que creíamos evitar incluso más cerca de lo que alguna vez lo concebimos. Es como chocar contra el reflejo propio en el espejo de las mañanas al lavar tu cara.
Es afrontarlo, porque no hay peor falla que ignorar lo que es fallido.
Fallar es un grito de vida, y yo he fallado tanto que no queda en mi garganta aliento alguno; ni rostro suficiente para afrontar el reflejo en las mañanas de esta amargura.
Me he quedado sin ánimos de fallar.

Quise cosechar en fuego ajeno algo que jamás pude cosechar en el propio; regar la semilla inexistente con tanta determinación que floreció vacía y gris; acerté. Y fallé.
Y no quise reconocerlo, y ahora lidio con la cosecha muerta en este pecho seco que no tiene cabida para un sólo acierto más. Fallé tratando de encontrar la metáfora adecuada para matizar el 'hacerse pendejo' entre la paja de cosechas y conmiseraciones que he escrito hasta ahora.
Me prometí no darte tanta importancia, pero te fallé, tratando de buscar mi tiempo y mi espacio. Ahora que tenemos nada: ni importancia, ni tiempo, ni espacio, sólo encuentro fallas en mis aciertos y rosas marchitas en mi huerto.
¿Hay rosas en los huertos?

Una ves más, se erizan mis vellos y elevo mi mente tan alto que las nubes oscurecen mis pensamientos. No tú, yo. 
De nuevo yo.
No tú, tu ya fallabas por ti mismo. Yo.
¿Cómo pude fallarte tanto, si en la intención de descubrirte acerté sabiendo que todo llegaría a la nada? No quise prestar atención y ahora me estoy fallando de nuevo. 
Quiero fallar, tengo derecho a fallar; a ser libre de mi. Porque el deseo me consume, y este fuego que apenas es flama, se niega a apagarse. 

La gente falla a diario, tratando de encontrar una y otras trescientas noventa y ocho maneras de no fallar.
Yo quiero ser esa falla: aquella que persiste; aquella que no olvida. La que se queda marcada en tu piel como una cicatriz que ocultas con mangas largas en los días soleados. Una profunda, que te marque las entrañas, donde no exista tela con la que puedas cubrirla.
Quiero dejar de ser acierto para comenzar a ser vida.
Voy a fallarme tanto que te va a doler, y cuando quieras fallar conmigo, yo ya habré fallado demasiado como para volver.


Comentarios